
La izquierda nos ha tenido domesticados demasiados años. Aún recuerdo las clases de progresismo disfrazado de ética que impartían comisarios y comisarias políticos, algunos por obligación, otros por fanatismo devoto al materialismo marxista y a sus indigestiones históricas: los blancos hemos oprimido a todos los que no sean blancos –que vivían en paraísos terrenales hasta que llegamos con la cruz– el hombre maltrata a la mujer, Franco es la maldad universal y de la iglesia mejor ni hablar. El día que tocaba prejuicios raciales algún valiente saltaba a manifestar que lo expuesto no cuadraba con la realidad de su barrio –donde de vez en cuando unos marroquíes te daban muy amablemente la opción de la pela o los palos y en todo caso un buen susto y unos capones de regalo–. El profesor terminaba humillando al bribón o acusándolo de ignorancia e impiedad… Pues eso que al final te callabas…
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